Vivimos unos tiempos extraños. Han pasado varias semanas ya de la invasión de Ucrania por las tropas rusas, y Kiev se ha convertido en un fondo de Instagram. Una vez que la presión de la ofensiva rusa se ha concentrado en el sur, al presidente ucraniano le han florecido los dignatarios. Volodymyr Zelensky, héroe por accidente, confesaba a Anne Applebaum y Jeffrey Goldberg en una entrevista a El Atlántico que estaba hasta el moño de tanta visita de dignatario extranjero para sacarse la foto. Me imagino a Volodymyr como esos nativos que van a trabajar a los poblados de cartón piedra para que los turistas empaqueten de viaje organizado saboreen el color local. Unos se ganan así la vida y el otro intenta mantener en la agenda occidental la invasión rusa.
Al principio, todos nos quedamos en estado de shock. Yo mismo reconozco haberme pasado el mes de marzo en un estado de nebuloso, un sopor de neuronas convertidas en crema de guisantes. El horror vino con Bucha, aunque antes nos habíamos conmocionado con la idea cacareada por las televisiones de que la guerra nuclear estaba a las puertas de Europa. La inflación, el coste de la vida en su conjunto, se disparó aún más y hubimos de tirar de ahorros para pagar la desorbitada cuenta de la luz. Pero luego seguimos con lo nuestro, calentándonos poco a poco hasta la extinción como la rana hervida del cuentecillo moral de olivier clérigo.
El apocalipsis no era como nos habían prometido. No al menos como nos lo habían contado los milenaristas y los beatos. Ya no se puede disfrutar de un apocalipsis decente, de los de destrucción mutua asegurada (aunque Putin siempre está al quite para sorprendernos), con cuerpos ardiendo, siete sellos y trompetas, dragones, putas y nueva Jerusalén. Ahora los expertos en riesgos han inventado un nuevo final, lento, calentito y paulatinamente doloroso, el apocalipsis aburrido, y los biólogos y economistas una nueva disciplina científica: la colapsología.
Creada por Pablo Servigne y Raphael Stevens en 2015, la colapsología predice o analiza los hechos que pueden dar al traste con una civilización. Partiendo de la amenaza del cambio climático, en su obra Cómo todo puede desmoronarse (traducida como Colapsologia en la edición española), ambos diseccionan cómo no es necesario que desaparezcan catástrofes existenciales para que la existencia se ponga en cuestión, como bastan hechos pequeños, interconectados de manera inesperada, para convertir en situaciones débiles consolidadas. La hiperconexión tecnológica, la velocidad descarrilada, la interdependencia global y mucho cortoplacismo conforman los elementos del próximo fin del mundo.
Pero ¿qué es un colapso? No se trata del fin del mundo, ni del apocalipsis de las siete trompetas y los siete sellos. Tampoco de catástrofes puntuales. Para Servigne y Stevens, un colapso es “el proceso a partir del cual una mayoría de la población ya no cuenta con las necesidades básicas (agua, alimentación, alojamiento, vestimenta, energía, etc.) cubiertas [por un precio razonable] por los servicios previstos por la ley. Por tanto, se trata de un proceso irreversible a gran escala, como el fin del mundo, efectivamente, ¡solo que no es el fin! Lo que vendrá después se prevé de larga duración, y habrá qué vivirlo con una certeza: no tenemos manera de saber en qué consistirá. Sin embargo, si peligran nuestras “necesidades básicas”, no nos cuesta imaginar que la situación podría resultar incalculablemente catastrófica”.
El psicólogo organizacional de la Escuela Wharton, autor de Piensa de nuevo: el poder de saber lo que no sabes y anfitrión del podcast de Vida laboral de TED. Adán subvenciónpublicó en el New York Times una columna de opinion que titulo “Bienvenidos al apocalipsis aburrido” en la que no deja de sorprenderse de nuestra reacción adormecida a hechos de potencial catastrófico. Menciona en esta pieza un papel de 2018 firmado por Hin-Yan Liu y Kristian Cedervall Lauta de la Universidad de Copenhague y Matthijs Maas de la Universidad de Cambridge, en el que se inventa este concepto. Liu, Cedervall y Maas reconocen que, más allá de los riesgos existenciales, hay otros muchos que nos pasan completamente desapercibidos o de los que, siendo conscientes, no percibimos sus consecuencias, que, adecuadamente combinados, pueden dar al traste con la civilización. proponen una metodología para tratar de identificarlos pero, la verdad, la enorme complejidad Ellos que se comportan, por ejemplo, poder tener una videollamada o pedir una manta en un comercio on-line, es algo de lo que ni quien las gestionan más de cerca tienen el panorama completo.
Tenemos el ejemplo muy cercano: intentar evitar las muertes por covid y el colapso del sistema sanitario ha provocado una cascada de efectos inesperados y considerables. La pandemia del SARS-CoV-2 no nos presentó de inmediato una situación propia de Mad Maxpor mucho que el confinamiento lo fuera para muchos, pero si removió el cieno con suficiente fuerza como para dejar una serie de efectos, cuya concatenación nos está construyendo a una situación de posible colapso: rotura de la cadena de suministros; aumento del precio de las materias primas; escasez de materiales y componentes que paran, a su vez, otras cadenas de producción; aumento desbocado del precio de la energia; subida la inflación a límites inaceptables; sequía; el agua como un producto negociable en el mercado de futuros; la guerra, la ausencia de derechos y los totalitarismos. El propio estado mental de putintras dos años alejado de cualquier ser humano, podría, por qué no, tener una clara influencia es su decisión extrema de invadir Ucrania.
A los que nos hemos criado a base de distopías, no nos cuesta imaginar un futuro de guerras por chatarra, sin luz, con un control digital absoluto, y con mucha ropa harapienta encima. Muchos somos una panda de agoreros que pagamos alaridos como una Casandra descompuesta intentando advertir de los males que nos acechan, con el mismo éxito que tuvo la propia Casandra. Anunciamos un colapso que no acaba de llegar y aburrimos al Santo Job. Sin embargo, no estamos preparados para el apocalipsis aburrido
Y como el apocalipsis es lento, aburrido pero inefable, Zelensky está a su guerra y nosotros ya a otra cosa.
Paloma Llaneza Gonzalez es abogada, ensayista e ikebanaka. Es licenciada en Derecho por la Universidad Complutense y Diplomada en Altos Estudios Europeos por el Colegio de Europa en Brujas Lleva ejerciendo como abogada, auditora y redactora de estándares en España, Europa y EEUU. Autora de ‘Datanomics’ (Planeta- Deusto) y la novela ‘Apetito de riesgo’ (Libros.com)
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