Uno de los primeros rasgos que mostró la COVID-19 al principio de la pandemia fue la diversa gravedad de sus manifestaciones clínicas entre las personas que la sufrían. La infección por SARS-CoV-2 puede pasar totalmente desapercibida, sin ningún síntoma aparente o con síntomas muy sutiles que se confunden con un resfriado/gripe, o puede llegar a causar una muerte agónica por la gran afectación de los pulmones. Entre ambos extremos, se documentan una amplia variedad de signos y síntomas de mayor o menor consideración.
Pronto se garantizará que determinados grupos de individuos, como ancianos y afectados por diversas enfermedades de base tengan un riesgo muy superior a padecer la forma más grave de la COVID-19. Además, los hombres, en comparación con las mujeres, también eran más vulnerables a sufrir complicaciones por esta dolencia infecciosa. Las posibles razones que se han planteado tras esta diferencia de riesgo entre sexos son numerosas y tienen que ver no solo con factores biológicos, sino también ambientales.
Entre dichos factores, múltiples estudios mostraron que diferentes niveles de hormonas en sangre, como estrógenos y testosterona, podrían influir en el pronóstico de sufrir una infección por coronavirus grave. Al principio, se planteó que niveles altos de testosterona podrían implicar un mayor riesgo de hospitalización por COVID-19 y, por eso, los hombres eran más vulnerables. Más tarde, se presiones que niveles bajos de esta hormona en los ancianos podrán contribuir a un peor pronóstico. En la actualidad, varios ensayos clínicos están evaluando la seguridad y la eficacia de los fármacos inhibidores de la testosterona para aliviar los síntomas de la COVID-19.
Un reciente estudio preliminar, publicado en la revista Informes científicos, aporta más información, indirecta, sobre el papel de las hormonas sexuales en el riesgo de sufrir COVID-19 grave. Para ello, un equipo internacional de científicos estudió el cociente o ratio entre la longitud de los dedos de las manos (excepto el pulgar) y sus asimetrías en los pacientes aquejados por esta enfermedad y su relación con el riesgo de hospitalización. En total, participaron 54 pacientes hospitalizados (por COVID-19 o por otra dolencia, pero con infección confirmada de SARS-CoV-2 mediante prueba PCR) y 100 individuos en el grupo control (que no sufrieron la COVID-19 o no habían mostró síntomas por ella). El reclutamiento de los participantes tuvo lugar durante la primera ola de la pandemia (marzo-agosto de 2020).
Múltiples investigaciones anteriores ya han confirmado que la relación entre la longitud de los dedos índice y anular depende, en parte, del grado de exposición a la testosterona, sobre todo durante el desarrollo embrionario/fetal en el útero materno. De esta manera, la exposición a un alto nivel de testosterona potencia el crecimiento dedo anular, mientras que la predominancia de los estrógenos favorece el desarrollo del índice. Por esta razón, los hombres suelen tener dedos anulares más largos que los índices, mientras que en las mujeres suele suceder lo contrario.
Los científicos encontraron que los pacientes hospitalizados, positivos para SARS-CoV-2, mostraron diferencias de longitud entre los dedos de las manos significativamente distintas a las personas del grupo control (unos resultados que eran independientes del sexo). Este hallazgo era aún más claro cuando se esperaba la relación con el dedo meñique. Aquellos individuos con un meñique relativamente corto en comparación con los dedos índice, corazón o anular presentaron síntomas más graves y un mayor riesgo de COVID-19 grave. Los investigadores explican que este meñique cortado podría tener su origen en una menor exposición a la testosterona.
También se detectó un mayor riesgo de hospitalización por COVID-19 en aquellos pacientes con una asimetría mayor entre las manos derecha e izquierda (de los ratios entre los dedos índice y anular y entre corazón y meñique). Los autores plantean la hipótesis de que estas asimetrías podrían ser un marcador de estresores tras el nacimiento (como una pobre alimentación durante la niñez) que alteraran el desarrollo, el funcionamiento del sistema inmunológico y que también influirían en una mayor gravedad de sufrir la COVID- 19 De esta manera, estas asimetrías podrían utilizarse como marcadores potenciales para identificar a aquellas personas con un riesgo mayor de padecer esta dolencia en su forma más grave.
En cualquier caso, los propios autores establecen que los resultados de este estudio están limitados por el reducido tamaño de muestra, la ausencia de vacunación de los sujetos (pues se reclutaron durante la primera ola pandémica) y por la ausencia de diferentes grupos étnicos. Esto impide conocer con seguridad la asociación entre los diferentes ratios de los dedos de los individuos y el riesgo de sufrir COVID-19 grave, sobre todo entre la población vacunada.
Serán necesarios más estudios que confirmen si estas hallazgos, preliminares, son ciertos y si efectivamente el estudio de las manos podría ser un indicador adicional para valorar el riesgo de hospitalización al infectarse por el SARS-CoV-2. Los investigadores siguen trabajando en este proyecto para aumentar el tamaño muestral y esperan informar de más resultados en un futuro próximo.
Esther Samper
Referencia: «Razones de dígitos y sus asimetrías como factores de riesgo de inestabilidad del desarrollo y hospitalización por COVID-19», Anna Kasielska-Trojan et al. es Informes científicos, vol. 12, n.º art. 4573, 17 de marzo de 2022.