La creatividad, a pesar de todo

La creatividad, a pesar de todo

Todavía recuerdo la tarde que, bajo las luces de algún pabellón con nombre de colores, conocí a Elsa Bornemann. Ella era “mi escritora favorita” y aquel día estaría en un stand firmando libros. Mi madre sabía qué representaba ella para mí: apenas había aprendido una lectura cuando anuncié en mi casa que sería escritora. Después de hacer una larga fila, tocó mi turno. La autora de los cuentos más lindos, que tantas veces me habían contado y, al fin, podía disfrutar en soledad, estaba frente a mí. No sé qué habrá sido o, mejor dicho, por qué sucedió, pero, al verme, se detuvo y me preguntó cómo estaba. No recuerdo qué le dije, solo que no preparó mi libro, tomó de un costado un retrato en blanco y negro y en el dorso escribió: “Para que pudieras dibujar la sonrisa que no tenía el día que me tomó la foto”. Aquel fue el principio de mi historia con la Feria. Ese encuentro, sin querer, marcó una costumbre que se vio suspendida durante la pandemia y que este 28 de abril retomemos con mucha expectativa. Pero ¿qué expectativas esperan, en quiénes nos dedicamos al oficio de la escritura, este evento que, desde hace años, moviliza más de un millón de asistentes y millas de profesionales del mundo del libro?

Débora Mundani escritora, gestora cultural y docente.  Foto: Pepe Mateos

Débora Mundani escritora, gestora cultural y docente. Foto: Pepe Mateos

Comenzamos por el principio: escribir es un trabajo. No es la inspiración divina la que nos lleva a la Feria, sino las horas de escritura. Horas que no siempre se ven compensadas económicamente, ya sea por la desorganizada cadena de ventas del libro, la relación asimétrica con las editoriales o los tiempos demasiado lentos del cobro de derechos de autor en un país donde la inflación se come nuestras pequeñas ganancias y las políticas culturales dejan en una posición desventajosa a quienes nos dedicamos al trabajo creativo. Motivos que nos obligan a realizar otras actividades relacionadas al mundo de la palabra para atender nuestras necesidades materiales. De esta manera, conviven en una relación bastante desigual el dictado de talleres, las colaboraciones periodísticas, las traduccionesla docencia en instituciones educativas y la escritura literaria.

Como toda feria, la del libro se presenta como el espacio donde se producen transacciones materiales y simbólicas. Para lxs escritorxs, además de representar la posibilidad de que nuestros libros lleguen a una gran cantidad de potenciales lectoresxs, es la oportunidad para participar, en tanto trabajadorxs remuneradxs, en charlas, debates, conferencias, lecturas o presentación de libros, actividades que, históricamente , hicimos “de onda”, como un modo de pagar, con nuestro tiempo, el derecho a circular. Es curioso que a lxs trabajadores culturales siempre nos haya costado tanto hablar de dinero mientras en otros alrededores, hacerlo, no le da vergüenza a nadie. Pienso si hoy, varias décadas después de aquel encuentro con Elsa Bornemann, nos animaríamos a entregar una foto con cara de preocupación y algo de tristeza como la que recibió tiempo atrás. Porque si bien volver a la Feria despues de tanto aislamiento y tanta crisis de la industria del libro es una gran alegría, también es cierto que el panorama para quienes somos trabajadorxs de la palabra, es preocupante, como lo es también para todo el sector cultural.

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